Después de visitar a la Virgen de Copacabana, donde fue bautizado y recibió la bendición, “Búfalo” transitaba imponente y coqueto por las calles y avenidas de La Paz cubriendo la ruta Villa Fátima-Ciudad Satélite de la entonces línea 117 del Sindicato Pedro Domingo Murillo.
Era un cero kilómetros adquirido en 1992 por Félix Hidalgo, quien un año después se convirtió en el transportador oficial de la inolvidable selección nacional que hace 25 años se clasificó al Mundial de Estados Unidos de 1994.
Orgulloso, señala que el micro marca Hino era diferente a los de esa época, su carrocería era amplia, igual que sus ventanas y el tono verde claro lo hacía distinto del resto. “Eso enamoró a la gente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF) que con su gerente Óscar López me hicieron el contrato”, cuenta Hidalgo.
Cada día debía estar a disposición de la delegación entre las 08.00 y las 18.00. A su paso por las calles, el vehículo era reconocido por la gente como “el micro de la selección”.
“Todos eran muy buenas personas. Xabier Azkargorta era para mí como un padre, él sabía lo que estaba pensando y me hablaba y aconsejaba. Y Carlos Leonel Trucco fue mi gran amigo”.
Trucco tenía reservado el asiento en la movilidad cerca del conductor. “Para alegrar el ambiente después de intensas jornadas de entrenamiento hacía aparecer botellas de agua en el micro, pero no para consumir sino para mojar a los jugadores. Luego ponía la música para que bailen los hermanos Castillo (Ramiro e Iván) y luego todos seguían”.
Hidalgo con Johnny Villarroel, uno de los jugadores de la selección de 1993. Foto Félix Hidalgo
Don Félix era uno más del grupo, hasta compartía el almuerzo. “La mesa que me correspondía era con Óscar Rodríguez y Rudy Merlo, encargados de utilería. Me sentía como de la familia. En la cancha de entrenamiento a la que los llevaba me daba el gusto de ser pasapelotas”.
Solo le faltaba dormir en la concentración, por eso se enteraba al paso de muchas cosas, aunque su discreción le hizo guardar fidelidad.
“Azkargorta tenía pues sus ‘fichas’, eran los indisciplinados, los reñía y alguna vez que se pasaban (en el festejo) los mandaba a descansar”, cuenta y muestra una sonrisa.
Ante la insistencia se anima a identificar a uno: “Baldivieso”. Luego añade: “Él pagaba con mucho trabajo en el entrenamiento y en los partidos. A todos los vi dejar sus camisetas mojadas por el esfuerzo que hacían”.
Lo que más fresco tiene en su mente y nunca se le borrará es la bajada de El Alto a San Pedro la noche del 19 de septiembre, después de que la selección empató en Ecuador (1-1) y selló la clasificación.
“Estaba nervioso, pero con coraje pude conducir porque la gente se paraba delante del bus, golpeaba las ventanas, hubo vidrios rotos, querían subirse. Bajamos lento y como había tanta gente en el camino hice un cambio, fui contrarruta hacia la plaza Alonso de Mendoza y seguí por la Illampu hasta el hotel”.
Ahí vio también de cerca la euforia. “Había mucha gente, los jugadores regalaban sus camisetas y pelotas”.
Dice que la clasificación fue también obra de la fe. “Le pedí a la Virgen de Copacabana lo mejor para mí y el bus, y me bendijo con la selección”.
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