lunes, 19 de febrero de 2018

En la curva: familias divididas y “hombres verdaderos”

Suele pasar en las mejores familias, que se dividen entre stronguistas y bolivaristas. En la de Joao y Sharith por ejemplo. El hermano, que tiene 23 años, lleva una bufanda blanca y celeste y una gorra con los mismos colores. La hermana, de 13 años, viene vestida de amarillo y negro. Están en la puerta del estadio, desde adentro ya se escuchan los cantos de la afición. En media hora va a empezar el partido que divide la familia.

Joao asegura que pase lo que pase, no les afectará. Sharith no está tan segura. Dispone de un vocabulario amplio para insultar al equipo de su hermano. “Son palabras que no puedo decir aquí”, dice. Joao se ha hecho aficionado del Bolívar porque en ese entonces el equipo ganaba todos los torneos. Sharith es aficionada del Tigre por los colores y por Alejandro Chumacero. Aunque su jugador preferido ya no está jugando en Bolivia, es más firme que nunca en su apoyo. “Soy stronguista de corazón”, dice.
Bolívar y The Strongest se unieron a la campaña marítima.

¿Quién ganará hoy? El hermano, aunque sea el pacifista de los dos, está seguro que su equipo. “Estamos invictos”, recuerda. “Tranquilo”, dice su hermana. Está convencida que esto vaya a cambiar.

Primer tiempo: Euforia en la curva sur

“¡Fuera Bolívar!”, grita Andrés a todo pulmón. Agarra su corneta y sopla tan fuerte que las chicas de la Barra Pilla, que están delante, se dan la vuelta para ver qué pasa. “Sólo los verdaderos hombres son del Tigre”, explica Andrés mientras observa la cancha. Tienen que saber: Tiene siete años y lleva una playera Pokémon. Está sentado en la curva sur, al lado de sus padres y de su pequeña hermana. Es otra familia dividida: Andrés y su mamá son aficionados del The Strongest, el papá y la hermanita del Bolívar. Mientras se come su sándwich y toma su jugo de uva, Andrés revela la razón por la que escogió su equipo. Es una mujer, su maestra. “Tenía que ser así, para que me dejara pasar al segundo año”.
Daniel Vaca con los hinchas del Tigre, en la preferencia.
Víctor Gutiérrez/ Página Siete

“Esta tarde... tenemos que ganar”, canta la afición y Andrés está seguro que así será: 3:2 va a ganar The Strongest, predice. Lo ha anunciado a la hora del almuerzo ya. “Pensalo bien”, le ha respondido su padre, y le recordó que el Bolívar es el equipo que más campeonatos ha ganado. Andrés no quedó impresionado. Lo que importa es lo que pasa ahora en la cancha.

Y lo que ve le da esperanza. El Tigre presiona, el Bolívar está atrapado en su mitad de la cancha. En el minuto 6, tiro libre para The Strongest cerca de la portería de Bolívar. “Que meta, que meta!” grita Andrés. Y sí mete Édison Carcelén unos segundos después. La curva explota, Andrés alza los brazos en triunfo. Su hermana mientras, se agarra a su papá, parece que no quiere ver lo que está pasando.

“Daaaaale!” grita Andrés unos minutos después, cuando su equipo se acerca otra vez a la portería. Falla el delantero, el niño sacude la cabeza incrédulamente. “No puede ser”, dice, “lo tenía en sus propios pies”. El partido se ha calmado, pero se ha despertado la hermana de Andrés. Está brincando en las piernas de su padre y le da igual que está en la curva del adversario. Las chicas de la Barra Pilla también brincan, cantan, bailan. “Ni reynas ni princesas”, anuncian sus chaquetas.

Después de media hora Andrés le quita los binoculares a su mamá para comprobar si no está simulando el jugador del Bolívar que viene de revolcarse en el pasto. “Sí fue falta”, admite el niño. Poco antes del receso Andrés ya arriesga quedarse sin voz por todo lo que ha gritado. Su hermana mientras, se ha dormido en los brazos de su padre, ya no quiere ni ver que está produciendo el Bolívar. Andrés todavía tiene voz suficiente para analizar lo que ha sucedido hasta ahora. “En vez de pasar cuando ya están cerca del arco deberían de meter gol”, dice. Su pronóstico lo ha revisado: “Va a terminar como está. Tal vez vamos a meter un gol más”.

Segundo tiempo: melancolía en la curva norte

La profecía se cumplirá. Por el disgusto de Manuel, Jimena y Fabián, quienes están sentados en otra esquina del estadio, al lado de la Curva Norte. Ibargüen viene de meter el segundo gol. Faltan solo diez minutos en el segundo tiempo. El Bolívar ya se ha rendido. Los tres bolivaristas, pensativos. “Atrás no ha habido muchas fallas”, analiza Fabián, de lentes y pelo largo rizado. Se acaba su cigarro, añade “pero Riquelme no ha tocado la bola, y el sueco no tenía muchas sinergias con el resto del equipo”.

Miradas resignadas por todos lados en esta esquina. Otro bolivarista frustrado le grita al jugador que acaba de cometer un error: “¿Qué haces Saavedra?” Muchos ya están saliendo, no quieren ser testigos de la derrota. Solo la barra de la curva norte sigue cantando y apoyando al equipo como si este no la hubiera dejado desilusionado terriblemente hoy.
La previa del encuentro con más historia en el fútbol boliviano, que se tiñó de oro y negro.

Fabián, quien es estudiante de ingeniería, le echa la culpa al técnico del Bolívar: “No conocía al otro equipo lo suficiente”, dice. Muy probable que la causa haya sido arrogancia, después de tres partidos ganados. Manuel, su amigo, resume sin piedad: “Uno de los peores equipos del Tigre de los últimos años le gana a uno de los mejores equipos del Bolívar de los últimos años”. Y Jimena ya ni tiene ganas de analizar: “Muy pobre” ha sido el esfuerzo de su equipo.

Los tres, que vienen a casi cada partido del Bolívar desde hace años, se incorporan a la corriente de los derrotados que van saliendo. Desde la curva sur suena: “Olé Olé Olé, Tigre”. Cuando van bajando las escaleras, Jimena dice: “Por lo menos no llovió”. Afuera la masa se aleja del estadio, vendedores tratan de deshacerse de las últimas bufandas y huele a chicharrón. Y por todos lados suben las llamas de los puestos de antichucho. Lucen los colores del Tigre.


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