El partido jugado en Maturín pone -una vez más- sobre el tapete a una selección desnuda de fútbol, de ideas, de actitud. Perdimos la brújula hace tantos años que es poco lo que se puede decir. Venezuela nos pasó por encima desde el gol en el minuto dos, pero no por el gol, sino porque no tuvimos estructura táctica, ni construcción individual. ¿Cuál fue nuestro problema?, la incapacidad de frenar a un equipo rápido, fulgurante en realidad, con un planteamiento transparente, velocidad en la salida, contragolpe demoledor, control de balón desde el borde de su área, desborde y juego por alto de gran efectividad.
¿Cuál fue la respuesta? Veizaga, Azogue, Wayar y Ramallo (¿la pretensión de poner tres hombres de punta?) con la tarea de construir fútbol. No construyeron nada porque Bolivia no pudo controlar el balón nunca; es decir, bajarlo al piso, tocar, hacer un pase que como mínimo fuese recibido por un compañero. Controlarlo, es decir salir en la defensa jugando. No. Fueron pelotazos a ninguna parte, enredos permanentes, medios despejes, cabezazos que dejaban la pelota en el sitio. El equipo estuvo quebrado y nada cambió con Zoch, un debutante lanzado al sacrificio. Quizás Castro y Campos intentaron algo cuando ya la goleada nos había desfondado.
¿Y atrás? Lampe desconocido, si esta es su idea de regularidad en la portería, estamos lucidos.
La edad pesa y el peso pesa, nuestros dos centrales no tienen condiciones físicas ni mentales para responder en la marca a jugadores tan ligeros y dotados. Zenteno acompañaba a quien debía marcar hasta que este llegaba al área y allí lo dejaba a su aire. Raldes no tiene cintura, simplemente la ha perdido. Rodríguez no es Saavedra y Saavedra hace rato que no aparece.
Bejarano sigue siendo el único de atrás que entiende de qué va la cosa, pero está solo.
¿Y adelante? Seamos francos, Martins ya fue, su promedio de gol en los últimos partidos con la Verde es paupérrimo y Duk da la impresión de ser un sunchu luminaria.
Esto no va. No hay más que decir. Sabemos dónde estamos y carecemos (dirigentes, jugadores, todos…) de la capacidad mínima para enderezar las cosas. Lo que queda es seguir esperando partido a partido cuándo nos toca la suerte de ganar y cuándo jugamos con un poquito de dignidad y sangre en la cara para perder sin hacer estos papelones monumentales que parecen no tener límite.
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