La leyenda cimentada en una feliz realidad, se agiganta exponencialmente, equiparando el actual nivel futbolístico; y no nos cansamos de reiterar la historia, para que siempre se recuerde que la hazaña ocurrió hace 23 años.
Los astros y las circunstancias se alinearon para lograr una clasificación en el grupo de los colosos Brasil y Uruguay, el valiente Ecuador y la entonces modesta Venezuela. Paro de jugadores, contratación de un desconocido médico deportólogo y psicólogo, como entrenador, por capricho acertado de Mario Mercado, ejecutado por Guido Loayza y Percy Luza, desde la Federación.
Por encima de todo, la vigencia en esa época de la mejor raza del fútbol boliviano, en un ciclo prodigioso donde abundaban nombres para disputar un lugar en el equipo de todos, por lo que fusionando el talento innato y el sacrificio necesario, el resultado fue un éxito inigualable.
Alcanzaron el cielo y la inmortalidad, en la memoria y la historia futbolística, Trucco, Rimba, Quinteros, Melgar, Etcheverry, Cristaldo, Castillo (+), Sánchez, los cochabambinos de oro Marco Antonio Sandy, Carlos Fernando Borja, Vladimir Soria, Óscar Sánchez (+), William Ramallo y Julio César Baldivieso, sin olvidar a Pinedo, Moreno, Rojas, Soruco, Ramos, Torrico y los Peña.
Sin desmerecer el aporte de ninguno, es justo relievar la valiosa contribución, con la semilla de las históricas escuelas de Fútbol Enrique Happ Krell y Tahuichi Aguilera.
Fueron tres meses de hipnosis colectiva agradable, entre julio y septiembre de 1993, que ellos lograron que nos sintiéramos unidos, orgullosos y más bolivianos que nunca, entonando el himno, agitando la bandera tricolor, cantando y bailando las canciones inspiradas por estos verdaderos héroes del deporte más popular.
Del grupo magnífico llegaron a conducir la Selección Carlos Trucco, Gustavo Quinteros, Erwin Sánchez y Julio César Baldivieso.
Son entrenadores Sandy, Soria, Ramallo, Álvaro Peña, Marcelo Torrico y, ocasionalmente, Borja y Cristaldo, que fueron ayudantes de campo con Baldivieso.
Xabier Azkargorta, que después de la gloria estuvo en otros países de Sudamérica, Asia y Europa, de donde proviene, finalmente se quedó en Bolivia, nación que lo adoptó como otro hijo, testimonio de lo que se vivió en esa época indeleble.
Merecedores de varios tributos, estos jugadores quizá recibieron un poco más que los Campeones Sudamericanos de 1963, pero menos de lo que realmente merecían, por toda la alegría transmitida a millones de bolivianos, por lo que en justicia, los gobiernos municipales, más temprano que tarde, nominarán las calles de los diferentes municipios con sus nombres y el Gobierno Nacional les otorgará, en justicia, una renta vitalicia.
Es triste mencionar que el espaldarazo que significó la campaña de los jugadores clasificados para el Mundial, no fue aprovechado para encauzar un proceso a largo plazo.
Sobrevino la decadencia y ausencia de un proyecto de apoyo a las divisiones menores y escuelas de fútbol como semilleros de este deporte, cuando paradójicamente el fútbol se convertía en una gran empresa multinacional, con ingentes cantidades de dinero, que se escurrieron en la corrupción dirigencial.
Mirar una y otra vez las imágenes de los ocho partidos en los que la Selección de Bolivia anotó 22 goles, para alcanzar la clasificación, es un regalo para los ojos y nos remonta a esos días de pasión e ilusión hecha realidad, por el esfuerzo de todos y la genialidad de los que siempre recordará la afición deportiva.
De todos esos encuentros y goles, sobresale el partido contra Brasil con goles de Marco Etcheverry y Álvaro Peña, por lo que significó para la campaña y, por supuesto, el gol clasificatorio convertido en Guayaquil por William Ramallo, al equipo de Ecuador.
Pasarán los años y emergerán otras generaciones, pero nunca se olvidará esta actuación sin parangón de la Selección Nacional, que cuando brinda satisfacciones, realmente es la única que une al país.
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