Sólo hubo un gran dolor por la derrota de la selección boliviana frente a Uruguay este jueves: la pérdida del invicto como local frente a los charrúas en eliminatorias mundialistas. En 57 años de competición, Bolivia había ganado en cinco oportunidades y hubo cuatro empates.
Ayer, lo demás constituyó la paulatina resignación de un optimismo moderado que primaba minutos antes del partido. Tras el pitazo inicial, Bolivia era un equipo nervioso y entusiasta por abrir el marcador. Su rival, sereno y con jugadores de oficio y jerarquía, pronto aprovechó caras distracciones de la zaga boliviana.
El entusiasmo y voluntad del joven equipo dirigido por Julio César Baldivieso mantuvo en las tribunas la ilusión mundialista intacta solo por 10 minutos. Durante ese lapso, Uruguay estuvo presionado y pasó algunos sustos que fueron conjurados por el experimentado Fernando Muslera. Entonces los celestes reacionaron con punzantes contragolpes. Un centro desde la derecha derivó en un cabezazo de Abel Hernández que despejó Daniel Vaca, como anunciando que sería el mejor de la verde. En el rebote apareció solo y sin marca Martín Cáceres y marcó el primero ante una defensa paralizada.
La agonía boliviana vino con otra dosis de entusiasmo cuyo momento cumbre fue un disparo de Yasmani Duck que se estrelló en horizontal a los 15 minutos. Luego, los estertores correspondieron a los chispeantes desbordes de Juan Carlos Zampieri, el otro boliviano destacado ayer. Pero, poco a poco, Uruguay fue copando su campo y agotando los nervios del rival.
En el segundo tiempo, pese a tres cambios en los que Baldivieso apostó a hombres habilidosos (Cardozo, Lizio y Díaz), la muralla uruguaya se blindó. Intimidaba, al extremo que se jugaba entre el borde del área uruguaya y la media cancha.
A los 69 minutos del lance llegaron la estocada final y el remate uruguayos. Contragolpe, Diego Godín escapa de las marcas, cabecea y bate a Daniel Vaca, es el 0-2. Unos instantes más tarde Jair Torrico comete una dura falta contra José Jiménez y es expulsado. Luego vinieron 20 minutos de desesperados intentos no precisamente por un gol, sino por siquiera inquietar a Muslera.
Al final, hubo más resignación y comprensión colectivas que dolor. Un emotivo aplauso generalizado al esfuerzo de los muchachos de la verde cerró la jornada.
¿Qué más podían haber hecho? Nuevo técnico, nuevo y joven equipo (del que se alejaron además o tres fijos y experimentados jugadores) y que trabajó apenas dos semanas. Como soporte, una estructura institucional en colapso casi absoluto. Ello frente a los frutos regulares de una institución dedicada a exportar estrellas mundiales desde principios del siglo pasado. ¿Se podía esperar más? Quizás mantener el invicto por las eliminatorias si lo de Duck era gol y la suerte cambiaba un poco la historia.
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