Lo que parecía imposible se hizo realidad hace poco más de dos semanas cuando el mandamás del fútbol boliviano aparecía tras las rejas dejando unas imágenes que pronto se viralizaron en las redes sociales y que ganaron las tapas de todos los diarios nacionales y de al menos una docena de medios electrónicos internacionales.
Carlos Chávez, el hombre que hasta 1997 era un simple funcionario público de Migración durante el gobierno del MNR. Ese dirigente que comenzó en el fútbol como asistente del titular en Oriente Petrolero y que se las ingenió para adueñarse del equipo verdolaga a fuerza de hábiles amarres, hechos fortuitos como el deceso de quien lo llevó a la casa verde y resultados como un título en 2001. El mismo que en 2002 alzó la bandera de lo que calificó como el cambio en el fútbol y la renovación de dirigentes, que llevó hasta las elecciones de la FBF en 2006 cuando contra todo pronóstico arrolló. Ese que se encargó de alejar del fútbol nacional a los viejos dirigentes y que en 2010 se las arregló para volver a ser reelecto por goleada, al igual que en las bochornosas elecciones de 2014 en Trinidad y que parecía terminar de encaminar una verdadera carrera monárquica que gozaba de la confianza de FIFA hasta el punto de catapultarse hasta la tesorería de la Conmebol. Ese casi intocable del cigarrillo y la voz ronca, estaba enmanillado, imputado y detenido preventivamente y pasó de la FELCC de Sucre, a la cárcel de Palmasola en Santa Cruz.
Pero el terremoto que sacudió el balompié nacional llegó casi como la crónica de una muerte anunciada, desde fines de mayo pasado cuando los capos del fútbol mundial fueron detenidos y su catedral de Zúrich intervenida por el mismísimo FBI, cuatro días antes de que al amo y señor de este deporte paralizase al mundo anunciando que ponía su cargo a disposición después de casi dos décadas de reinado, pese a que había logrado prorrogarse por una legislatura más contra viento y marea. Pero ante todo, a su manera: a maletinazo cerrado en mano, en una campaña que supo armar desde hace casi dos años. Primero, consiguiendo evitar que se ponga límite al número de reelecciones del titular FIFA y a la edad de los candidatos al trono; pero ante todo, amarrando la suficiente cantidad de votos tercermundistas para ganar por goleada su reelección, en una práctica que es solo una de las tantas que, desde la intervención del FBI, sabemos que son ilegales.
Entonces, era solo cuestión de tiempo que la onda expansiva llegase a Bolivia, donde por décadas los dirigentes del fútbol convencieron de que manejan intereses privados y que jamás sus movimientos, sobre todo económicos, debían ventilarse públicamente. Menos, mediante solicitud formal de alguna autoridad, bajo la eterna amenaza-chantaje de sanciones de la FIFA.
Con una imagen deteriorada y con la popularidad de un villano, Chávez comenzó a cosechar los anticuerpos que sembró durante casi una década al frente de la FBF y que hasta ese momento eran solo voces dispersas que disparaban desde los medios, y que cobraron cuerpo con la imputación de la Fiscalía.
Sin embargo, la fiera enjaulada no considera la posibilidad de dar un paso al costado. Es más, lo poco que dijo desde su detención en Sucre es que su detención es un abuso, es ilegal y es una arbitrariedad y que en su momento lo demostrará.
Por lo pronto, la crisis del fútbol nacional es profunda y parece estar cerca un cambio.
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