INSTRUCCIÓN. Soria da indicaciones a Chumacero, el viernes en Santiago.
Es inevitable querer atribuirle al ganador cierta cuota de dignidad. Al menos en este caso, me resulta muy difícil otorgarle un elogio desmedido a la Selección de Chile cuando del otro lado existió un equipo boliviano que hizo todo y algo más para perder el partido. Por eso no quiero pecar de exagerado en el análisis. ¿Fue tan deslumbrante lo de uno o, acaso, mucho más pobre lo del otro? A veces un equipo se nutre del que está enfrente y así encuentra condiciones favorables sin hacer grandes méritos, aunque en este caso a Chile le sobraron los méritos. La mayor virtud de Chile, entonces, no fue otra que exprimir al máximo las falencias de su rival, explotar todo aquello que se le fue presentando, las franjas fértiles que supieron aprovechar Isla y Bousejeur, los desaciertos en defensa que rápidamente descubrieron Vargas y Sánchez, la falta de marca en el mediocampo que aprovecharon Aranguiz y Valdivia. A favor de Chile cabe decir que aunque ya se lo sabía con anterioridad, fue un conjunto con mucha dinámica y gran despliegue, que se fue contagiando de las buenas sensaciones que bajaban de la tribuna y supo profundizar la nula compaginación de movimientos en los jugadores rivales. Entonces en medio de este caos, Bolivia sufre una falta de respuestas individuales y un estilo de juego. Vive una crisis de fe. Y no tiene salvadores, por lo menos en ese momento. Mi tesis es que de nada sirve todo lo que haga el entrenador, aunque en este caso fue confundir al grupo y al país, sin la respuesta y el convencimiento de los jugadores. En los deportes colectivos es común individualizar los éxitos y los fracasos. De ahí la sobredimensión - o lo contrario – hacia el DT de turno. Hace apenas unos días, Mauricio Soria era una figura que despertaba una confianza ilimitada, casi irreal. Parecía que iba a poder solucionar todos los problemas futbolísticos de Bolivia. Problemas que no habían sido pocos en etapas anteriores, más allá de que después de una victoria se los minimice. Los jugadores quieren tener la convicción de que son los mejores y lo que te piden es que les digas como juega el contrario para ganarle más fácil y no que sometas tu juego. Una de las obligaciones fundamentales del entrenador es conocer cómo piensa el jugador, como se siente en las diversas situaciones, cuáles son sus posibilidades y sus falencias. Es un delito del entrenador no exigirle al jugador que entregue todo lo que tiene, todo lo que puede, y un poco más, en cada entrenamiento y en cada partido. Pero mayor delito es pedirle al jugador cosas que no te podrá dar, porque sus características no le permiten desarrollar determinada forma de jugar. Hay que vivir sin traicionarse: de fútbol no muere nadie, pero son muchos los que se traicionan espantados por el miedo al fracaso. Por eso a un equipo y a sus jugadores se le conoce en las difíciles; pone a prueba la calidad de su instinto, el espesor de su personalidad y la fortaleza de sus convicciones. Lo más importante es que los jugadores crean en el entrenador. ¡¡¡ Sigamos adelante Mauricio!!! Los grandes sueños no requieren grandes alas sino un buen tren de aterrizaje.
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